Marx solía decir que la lucha de clases es el motor de la
historia. A más o menos siglo y medio de que el padre del socialismo científico
enunciara éste postulado, el mundo ha sufrido transformaciones de diversas
índoles: políticos, económicos, sociales, culturales, ambientales, etcétera;
pero que obedecen en cierta medida a la lógica de la guerra clasista de la que
Marx hablaba.
En las últimas décadas, después de la caída del llamado
“mundo socialista”, el discurso de dominación ha sido menos explícito y se
esconde bajo rimbombantes títulos como “apertura económica”, “democracia
moderna”, “integración al mercado”, entre otros; pero que a pesar de su
supuesto triunfo contra la historia y de promulgar la muerte de las ideologías
(o de las otras ideologías, mejor dicho), no ha logrado imponerse del todo. Ya
lo dice el axioma sociológico «siempre que haya opresión, habrá resistencia».
Desde las protestas globales contra la Organización
Mundial del Comercio, hasta las luchas locales por tarifas justas en el pago de
los servicios, son señales de que el proceso de homogenización con el que
sueñan las clases dominantes, no es compartido por el resto del mundo que exige
su derecho a la diferencia y a condiciones
dignas de vida.
Ésta resistencia, se ha presentado en formas distintas:
desde organizaciones civiles que proponen la autogestión y promueven la defensa
de los derechos humanos, hasta grupos armados que aspiran a derrumbar las
estructuras del poder. Todo esto, ha provocado que la correlación de fuerzas
entre oprimidos y opresores cambie constantemente, e inclusive, pueden provocar
rupturas que afecten definitivamente dicha correlación, como lo fue en el caso
del movimiento estudiantil de 1968, y la insurrección zapatista de 1994.
En México, los cambios y avances en materia de apertura
democrática, justicia social, defensa de los derechos humanos y otros, se han
dado en su mayoría, gracias a la organización social; pues un régimen de
partido único y grupos paramilitares a su disposición, difícilmente podría ser
artífice de estos cambios.
Los 80´s y 90´s, fueron muy prolíferos para la
organización popular y el surgimiento de nuevos “sujetos de cambio” con nuevas
demandas y propuestas que renovaron y reimpulsaron los movimientos sociales de
años anteriores. La lucha contra el neoliberalismo, por el reconocimiento de
grupos minoritarios, por la vivienda, por la transparencia electoral, por los
derechos de la mujer, por un medio ambiente sano, es ejemplo de ello.
En síntesis, las libertades que gozamos, -con sus
asegunes y deficiencias, pero libertades al fin- son resultado de un largo
proceso histórico-social, en el que la organización y movilización de ciertos
grupos, logró influir en la construcción de esas libertades. He allí la
importancia del estudio científico sociológico sobre los movimientos sociales.
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