*Ponencia
presentada en la Unidad
Multidisciplinaria del Centenario de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco
en el marco de 1ra. Semana de la Democracia, el 10 de marzo de 2015
Ana
Mijangos Reyes
Joel
Armando Vasconcelos Bautista
En
1925, durante el mandato de Tomás Garrido Canabal, le es concedido el voto a la
mujer tabasqueña. Un año después, son electas las primeras regidoras locales; a
partir de entonces, la mujer se integra de manera paulatina en la vida pública
del estado, enfrentándose a diversos obstáculos. A pesar de ello, cada vez
adquiere mayor protagonismo en el escenario político local, nacional e
internacional. Tan solo en el Gabinete del Gobierno del Estado de Tabasco
2013-2018, 17 de sus 49 integrantes, son mujeres, que si bien es una cifra
significativa, aún falta encumbrarse en espacios considerados como exclusivos
del género masculino.
Las
primeras apariciones de la mujer en asuntos sociales, educativos y políticos,
registradas por la historia -escrita por hombres, por supuesto- podemos
situarlos en la Francia revolucionaria, en el contexto de la lucha por la
libertad, la igualdad y la fraternidad; y es también aquí donde se presenta la
doble vulnerabilización ejercida en su contra: primero, por los monarcas; y
segundo, por los propios revolucionarios. Basta con mencionar el asesinato de
Olympe de Gouges a mano de sus compañeros de lucha, por proclamar la
Declaración Universal de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, el Proyecto
de Ley que prohibía aprender a leer a las mujeres de Sylvain de Maréchal o la
obra Emilio de Rousseau, donde afirma que las mujeres deben dedicarse “por
naturaleza” únicamente a las cuestiones del hogar, para confirmar lo anterior.
En
México, donde la figura femenina deambula entre la “mujer sufrida y abnegada” y
la “mala mujer” como reflexiona Octavio Paz en su Laberinto de la Soledad;
éstas se habían mantenido siempre relegadas de la historia, bajo la sombra de
los héroes y los caudillos.
Aun
cuando hay unos cuantos nombres de mujeres notables –por ejemplo- en el proceso
de Independencia, como Josefa Ortiz de Domínguez, Leona Vicario o la Güera
Rodríguez, éstas no pasan de lo mítico o anecdótico, de ser informantes,
prostitutas colaboradoras o madres que lloran por no tener más hijos que dar en
sacrificio a la Patria. Quienes tomaron las decisiones fueron siempre hombres,
dejándose en el olvido a miles de cuerpos irreconocibles y sin rostros
recordables que en vida habían parido. Si la independencia de México
no mejoró en términos materiales las condiciones de vida de los nuevos
mexicanos, mucho menos se vieron favorecidas las nuevas mexicanas, que dejaron
de ser novohispanas esclavas a cambio de ser viudas y desvalidas, pero libres.
Con
el inicio de la industrialización en el país a finales del siglo XIX y
principios del XX y debido a la imperiosa necesidad de las fábricas por mano de
obra barata, las mujeres, aparte de amas de casa se convirtieron en las
trabajadoras más redituables y baratas del mercado.
Su
intromisión en las fábricas, dio vigor al movimiento obrero, pues siendo ellas
las más explotadas, fueron las que muchas veces promovieron las huelgas y las
que organizaron a sus compañeras y compañeros. Aunque no existía en estas
mujeres, ideas feministas propiamente dichas, fueron adquiriendo conciencia
sobre las condiciones de injusticia y desigualdad que padecían.
Durante
el Movimiento Revolucionario de 1910, la mujer reaparece como parte importante en
el campo de batalla, donde no se limitaron tan solo a ser las adelitas de la
tropa, sino inclusive alcanzaron el grado de coronelas, generalas, se desempeñaron
como intelectuales, activistas y representantes en las diversas facciones del movimiento.
La corriente que más se preocuparía y ocuparía en la reivindicación de la
mujer, sería la de los magonistas; de donde surgen grupos feministas como la de
las Hijas del Anáhuac, y que son las raíces del feminismo de los años 20´s.
Posterior
al triunfo de la Revolución, las mujeres fueron excluidas nuevamente. So
pretexto de ser enemigas del progreso por su fanatismo y devoción eclesiástica,
en el Congreso Constituyente de 1917, la presencia de las mujeres fue nula. En
contraste, los gobiernos más radicales del constitucionalismo, como lo fueron el
de Salvador Alvarado y Felipe Carrillo Puerto en Yucatán, promovieron la
participación de la mujer en el proceso revolucionario, de tal forma que en
1922, se reconoce el derecho de sufragio de las mujeres, convirtiéndose Yucatán
en el primer estado del país en adoptar esta medida.
Estas
posiciones pro libertades femeninas, se dio en el marco de una política
socialista y reformadora que se proponía hacer de la mujer, un importante
aliado; política que fue rebasada por la naturaleza misma de las libertades
alcanzadas y que propició la radicalización del feminismo.
Otro
referente importante es el gobierno de Tomás Garrido Canabal en Tabasco.
Inspirado en el modelo de Carrillo Puerto, Garrido Canabal se propuso acabar
con las obstrucciones que impedían alcanzar la plenitud del ideal revolucionario,
como lo eran –a su juicio- los vicios, la ignorancia y el fanatismo religioso.
Para este fin, creó organizaciones corporativas en las que aglutinó a todos los
sectores de la sociedad. Las más destacadas fueron: el Partido Socialista
Radical Tabasqueño, el Bloque de Jóvenes Revolucionarios, las Ligas de
Resistencia, La Liga de Maestros Ateos y el Partido Feminista Radical
Tabasqueño.
Compuesto
en su gran mayoría por profesoras de ideas racionalistas e igualitarias, el
PFRT fue uno de los pilares del proyecto de educación garridista. “La
Campesina” era el órgano de difusión y propaganda del partido. El movimiento,
decayó junto con el proyecto de Garrido, un corto tiempo después de haber
dejado éste la gubernatura.
Tabasco
fue el tercer estado del país en permitir el voto de la mujer (1925), después
de Yucatán (1923) y Chiapas (Febrero de 1925). El resto del país lo hizo hasta
1953, por decreto del presidente Adolfo Ruiz Cortines, concretándose así una de
las demandas principales del movimiento feminista en México y participando las
mujeres en el proceso electoral por vez primera el 3 de julio de 1955.
Si
bien ya no había impedimento legal para la activa participación de la mujer en
la vida política, si existían trabas por parte del sistema político y su esquema
patriarcal. Quienes lograron acceder a cargos de elección popular, lo hicieron
bajo la bandera del partido oficial y poco o nada propusieron para generalizar
una mayor participación de mujeres en política.
No
fue sino hasta principios de los 70´s, que surge un movimiento feminista más
amplio en el que las mujeres pretenden ir más allá del simple derecho al
sufragio. Se hacen planteamientos críticos y de rechazo frente al sistema
político y patriarcal, surgen organizaciones con demandas y tintes variados, el
sustrato social del movimiento se compone de distintas clases y prevalecen
durante las siguientes décadas, generando cada vez mayor permeabilidad en la
sociedad, la cultura, la educación y la política, o inclusive en la religión,
como el caso de Católicas por el Derecho a Decidir.
El
gobierno mexicano firma la Convención sobre los Derechos Políticos de la Mujer,
el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, la Convención sobre la
Eliminación de todas las formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW), y
las Conferencias Mundiales en el Cairo (1994) y Beijing (1995), las cuales
pretenden equilibrar e impulsar el acceso al poder por parte de las mujeres.
En
materia jurídica, existe un importante avance, no así en la práctica. De 1982 a
la fecha, ha habido cinco candidatas a la presidencia, y de esas cinco, solo
una, Josefina Vázquez Mota, representaba a un partido mayoritario. El problema
no es cuantitativo, sino cualitativo. ¿De qué serviría un 60% de mujeres en el
congreso si no se gestionan políticas en favor del empoderamiento de las
mujeres en el país?
Por
otro lado, junto al movimiento feminista, se gestan otros movimientos sociales
que en su interacción han ido creando redes, fortaleciéndose e inventando
cambios de conceptos desde sus planteamientos hasta su lenguaje. Es pues
necesario, que las políticas que se implementen en materia de participación
política, se escuchen las propuestas de estos grupos, de especialistas y
activistas y que tengan como fin la búsqueda y realización de la equidad de
género, y no meras políticas populistas estériles, y en el entendido de que la
lucha por el empoderamiento político debe de ser integral, junto al
empoderamiento económico, social y laboral.